Estoy sentado a la mesa, mientras bebo vino que llega fresco, suave a mí estomago y me despierta del embeleso provocado por tu piano, cuyas notas suaves escucho zurcirse al aire y redimen mis pecados. Mientras tanto la luz de un sol infantil se filtra por el encaje de las cortinas de tu apartamento. Cierro los ojos y siento su suave toque en la mano izquierda, me siento como un niño de nuevo… extrañaba esa dulce sensación.
Tu, inmutable torre, sigues el curso con tus suaves manos de los compases y silencios, los cuales se prolongan de a poco dejando el apartamento en silencio casi sacro, como el de las iglesias o de los sepulcros santos. Retomas el curso y presionas las teclas, el mecanismo se activa y resuena la cuerda, en esa onda vibratoria se van mis pensamientos. Me levanto de la silla y recorro con la vista la penumbra de tu apartamento, yo en un extremo y tú en el otro; al piano, inmutable.
Respiro profundo y el olor de madera, humedad y frutas inunda mis pulmones y mandan una señal a mi cerebro como una campanada de alerta… De la mesa tomo mis pinceles y la tinta china, me acerco a ti y tu perfume me embriaga, a la tenue luz del sol infantil que nos busca por la ventana veo tu blanca espalda, como un lienzo terso, esperando ser usado. Me siento a tu lado y ese perfume característico me inunda de nuevo.
Tomo el pincel delgado y lo sumerjo en la tinta negra que se impregna de ella como yo me he impregnado de ti. Lo llevo a tu piel la cual se estremece con el toque y el trazo de la tinta, sonríes y no dejas de tocar el piano. Yo, mientras tanto sorbo un ultimo trago de vino y concentrado comienzo a elevar un árbol desde lo bajo de tu espalda a los cielos de tus hombros y cada trazo una caricia muda.
Solo sonríes y yo enmudezco esa es la conversación que tenemos, intima y agradable; tu me preguntas y contestas con tu piano, yo hago retórica con mi trazo. Continúo con mi dulce trabajo el cual casi termina, el árbol se ha formado a tu gusto, lo has traído a nosotros del limbo haciendo un puente entre lo irreal y lo tangible con tu piano, con cada nota un peldaño para hacer visible lo invisible y mis manos como extensiones de tu imaginación a la cual sucumben a tu capricho.
Doy el último trazo y te miro a los ojos. Tú simplemente das las últimas notas a la melodía que acariciabas en el piano para mirarme y sonreír. A través de tus ojos y con el sol infantil como oráculo percibo la inocencia en ti contenida. Te acerco a un par de espejos para que puedas admirar lo que hemos hecho y asientes, me abrazas. Tú has obtenido el árbol que deseabas y yo el calido toque de tus brazos, es así como debe sentirse la redención en los cielos de los santos que se olvidan.
viernes, 25 de septiembre de 2009
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